Demasiado tarde

La tragedia.
Imagen, cortesía del New York Daily News.

Para la tarde del 18 de enero pasado, todo México hablaba del ataque a balazos suscitado en el interior de un salón de clases del Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, México. El ataque fue perpretado por uno de los propios alumnos, que disparó contra su maestra y compañeros de clase, causando cuatro heridos y, tras dos intentos infructuosos, pegándose un tiro en la cabeza que acabó con su vida.

A 24 horas del lamentable hecho, en internet abundaban intentos por explicar qué había motivado al adolescente a actuar así. El nivel de experiencia clínica de los analistas puede fácilmente imaginarse, escuchando la frase con que uno de ellos inicia su transmisión, refiriéndose al autor material del hecho: <<Qué bueno que se pegó un tiro; un pendejo menos>>.

La cámara de vídeoseguridad que estaba grabando el interior del aula, permite ver (con claridad apenas aceptable) la secuencia completa de hechos. Sin embargo, no hay audio, y esto es importante. Muchos opinan que el pistolero fue instigado por al menos uno de sus compañeros, ya que en la imagen se ve cómo se dirige a él en voz baja y luego abandona el aula. Esto ocurre en la parte del salón que menos se distingue en el vídeo, lo que hace muy difícil analizar el lenguaje corporal de los dos adolescentes. Así que lo que le dice uno al otro sólo podría suponerse. Y entre los investigadores serios de cualquier disciplina, se tiene siempre presente un argumento de dos premisas: <<Quien supone, presume. / Quien presume es un necio. Ergo, quien supone es un necio>>.

También trascendió que la comunidad de Facebook del Colegio Americano del Noreste había sido crackeada, y en la imagen principal del muro del colegio había aparecido la imagen que representa a la comunidad Legión Holk, sitio de la red social donde el tirador había anunciado de la masacre que pensaba realizar un día después. A partir de la aparición de este dibujo, empezó a correrse la voz de que el cracker pertenecía a esa comunidad de presuntos desadaptados sociales. Un argumento por demás débil, que hace pensar en la búsqueda de un chivo expiatorio, aprovechando que ahora todos los involucrados intentarán pilarse las lavas como Poncio Manotas, y calificar la tragedia como un hecho aislado, único e irrepetible. ¿Pero es así? 

La sospecha.

Pedí opinión de un experto en desinformación que trabaja para el gobierno de un país europeo, y lo primero que me dijo fue: <<¿Dónde está el gatito?>> Luego de unos segundos de duda, recordé el caso acaecido en la política norteamericana en 1998, conocido como el Escándalo Lewinsky. Al entonces presidente Bill Clinton, una becaria lo acusaba de haberle incitado a sostener contacto sexual, y tras la denuncia el mandatario se enfrentaba a un eventual juicio político y destitución del cargo. Para desviar la atención del público estadounidense, alguien en el gobierno inventó un acto de guerra, cuya imagen <<promocional>> era la de una refugiada que huía de las zonas de combate, cargando un gatito. Era una fotografía que despertaba tal compasión, que casi resultó.

Comprendí que mi entrevistado me estaba dando a entender, sin comprometerse, que esta tragedia bien podría haberse orquestado, para desviar la atención del público, de otros hechos más preocupantes. O para alborotar a la población, que también puede ser. Cuando comprendió que el mensaje había sido recibido y anotado, añadió que una caterva de resentidos sociales difícilmente tendría la capacidad de proyectar un plan de esa magnitud, pero la gente adicta a las redes sociales sí los creería capaces de incitar a un adolescente a cometer el brutal crimen. Debo confesar que me quedé muy preocupado, pensando en posibles autores intelectuales, no sólo del tiroteo, sino de lo que de él podría derivar.

Demasiado tarde.

Desde luego, surge una pregunta obligada. ¿Es posible empujar a un crimen de esa magnitud a un muchacho de 14 años? La respuesta, es: Absolutamente sí. La historia reciente está llena de jóvenes, adolescentes, e incluso niños, que han sido capaces de asesinar a sangre fría, y por procedimientos excepcionalmente violentos. Aquellos asesinatos de la bañera, o con veneno, quedaron en el pasado. Hoy es de lo más aterradoramente común ser abatido a tiros en un asalto perpetrado por jóvenes, sólo por demorarse un segundo más en sacar la billetera o el teléfono móvil. ¿Por qué?

Los medios masivos de comunicación, y especialmente los electrónicos, han descubierto que la violencia vende, y si va aderezada con sangre, más. Para muestra, un botón. La programación de uno de los canales de una televisora mexicana, canal tradicionalmente infantil desde tiempos del Gato GC, proyecta desde las 21 y hasta más allá de la media noche, series de narcotraficantes. A modo de intermedio, ponen una serie sobre gladiadores, en la que se ve tanta sangre, que los productores habrán agotado las reservas de salsa de tomate, de toda una región de Australia. Por si fuera poco, no sólo abunda la sangre y --ojo-- los balazos, sino también escenas sexuales de amasiato, apenas disimuladas. El relajamiento moral hecho telenovela.

No faltará quien diga que a las 21 horas los niños ya deben estar en la cama. ¿Pero ocurre realmente? Sobre todo en las ciudades puede verse a niños de 12 años reunirse en la esquina, a fumar y alardear, hasta altas horas de la noche. Hay padres que a las 22 horas todavía no saben dónde están sus hijos. Por otro lado, si se pregunta a los padres si están enterados de lo que miran sus hijos pequeños y adolescentes en internet, la mayoría de los que respondan honestamente, dirán que no tienen la más remota idea. 

Las cuestiones anteriores ya preocupaban ANTES del tiroteo del 18 de enero. El día previo (17 de enero), el prestigioso diario norteamericano The New York Times publicaba un artículo donde se lanzaba la voz de alarma, sobre las graves consecuencias que acarreaba para los niños y adolescentes, el estar durante horas delante de un ordenador, tableta o teléfono inteligente. El diario citaba a la autora del libro The power of Off, Nancy Colier, en el sentido de que muchas personas se han desconectado <<...de lo que nos hace sentir ricos y anclados como seres humanos>>. Es decir, que se han deshumanizado.

El artículo en comento también alertaba en el sentido de que el acceso a la tecnología digital en edades cada vez más tempranas, estaba transformando a la sociedad moderna <<de formas que pueden tener efectos negativos en la salud mental y física, el desarrollo neurológico y las relaciones personales...>>. Nada más. 

El problema con estos aparatos electrónicos, es que ocupan la mayor parte de la vida cotidiana, especialmente de los niños y jóvenes. Según una estadística citada por Colier, adolescentes de la edad del suicida del Colegio Americano del Noreste, consultan su teléfono móvil unas 150 veces ¡al día! Y en algunos experimentos sociales, privar a esos adolescentes durante 24 horas de sus dispositivos móviles, les ha generado angustia y depresión severas.

La autora también advierte que estos dispositivos impiden las interrelaciones naturales tanto con otras personas como con el medio ambiente, lo que mantiene al cerebro en estado de alerta permanente, y por lo tanto generando cansancio crónico. <<Incluso los ordenadores se reinician, pero nosotros no lo estamos haciendo>>, concluye.

Con base en lo anterior, es fácil comprender que el cerebro de los adolescentes, en plena ebullición hormonal y todavía en etapa de maduración, sea muy susceptible a manipulaciones de todo tipo. Su necesidad de pertenecer a un grupo social puede impulsarlos a conductas que en otras circunstancias no adoptarían. Puede ser desde integrarse al equipo de teatro escolar o a la Tuna, hasta cometer actos violentos. Si a eso se añade el libre acceso sin supervisión, que tienen los jóvenes a información que circula por las redes sociales, que le ponen los pelos de punta incluso a aguerridos veteranos, está lista la receta para el desastre. Y conste que no estamos hablando de lo que pudiera ocurrir, sino de lo que ya ha ocurrido.  

Retomando la sospecha del experto, en el sentido de que el homicida adolescente quizá fue sólo peón de un juego más extenso y criminal; de que se utilizó como maniobra de diversión, sin que importaran los <<daños colaterales>>... Es hora de comenzar a pensar (y a temer) por las novedosas técnicas de manipulación mediática y social que podrían estar implementando grupos de poder, con los jóvenes como instrumentos prescindibles... Sacrificables. 

La alarma que ha hecho sonar Nancy Colier no puede ser desatendida por los padres. Es prioritario tomar medidas de protección para nuestra juventud, para evitar más tragedias como la de Monterrey. Lamentablemente, para Fede esa advertencia llegó demasiado tarde.

Quod scripsi, scripsi.

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